Ética y Virtud
Dentro de la filosofía como disciplina es posible demarcar límites en el estudio de sus diversas áreas: epistemología, axiología, metafísica, ética. Las mentes más sabias de la historia, han concentrado su atención y reflexiones abarcando cómo se conoce, qué valores nos deben regir, han discurrido sobre aquello que está más allá de los límites de nuestra realidad, y también han especulado sobre la conducta humana y la moralidad enclaustradas en la rama de la ética. La Masonería, como sociedad eminentemente filosófica, se hace eco de los desarrollos mencionados para contener y promulgar las máximas expresiones del intelecto humano. La ética, particularmente, es una rama que interpela a la Masonería y es pilar fundamental para el desarrollo de sus miembros.
La ética ha tenido desarrollos sumamente profundos a lo largo de los siglos. Desde la época clásica, de la mano de Sócrates, Platón y Aristóteles, hasta la época contemporánea de la mano de Friederich Nietzsche o Jean Paul Sartre, la ética ha sido siempre fundamental dentro de la filosofía y en la reflexión humana. Como disciplina filosófica se subdivide en metaética (que estudia el origen del fundamento ético), la ética normativa (que investiga las normas que deben guiar la conducta humana) y la ética aplicada (que analiza situaciones concretas que atañen a la ética).
La ética normativa es aquella que, en general, cuenta con más reconocimiento dado su objeto de investigación y el desarrollo que ilustres figuras aportaron en la historia. Como principales derivaciones dentro de la ética normativa pueden encontrarse el consecuencialismo o ética teleológica, la ética del deber o ética deontológica y la ética de la virtud.
La ética teleológica abarca varias propuestas que comparten como fundamento común el sostener que la valoración de nuestras acciones depende de las consecuencias que se deriven de la misma. Es decir, la corrección o incorrección moral, la valoración positiva o negativa de la acción humana está necesariamente atada a sus resultados. Dentro del universo de la ética teleológica se encuentran los desarrollos de Jeremy Bentham sobre el utilitarismo, quien sostenía que una acción es buena en tanto aporte los mayores beneficios a la mayor cantidad de personas. También son consecuencialistas el egoísmo y el altruismo, uno y otro sostiene y persigue como bueno aquello que es mejor para el sí mismo y para otros, respectivamente.
Como contraparte del consecuencialismo existe la deontología o ética del deber, desarrolladla mas acabadamente por Immanuel Kant a través del imperativo categórico. La deontología sostiene que, en el campo de las acciones humanas, no importa el resultado o la consecuencia de las mismas, sino que existen ciertas acciones que deben realizarse y otras que no deben realizarse, ya que tienen valor en sí mismas. Es reconocido el ejemplo de mentir para evitar un mal que podría considerarse mayor (por ejemplo, una muerte); ante esto, la ética del deber sostiene que mentir es en sí mismo una acción negativa, por lo que debe evitarse, más allá de las consecuencias que puedan traer aparejada su aplicación o no aplicación.
Esto se ve ejemplificado en la máxima kantiana de obrar en la medida de que nuestra acción pueda ser deseada como ley universal. Sin embargo, aunque pueda parecer un posicionamiento muy estático, existen ciertas formas de actuar bajo los preceptos de la deontología y a la vez no caer en las obstaculizaciones que esta plantea, por ejemplo, a través de juegos del lenguaje o proposiciones ambiguas que fuercen la lógica.
La ética de las virtudes, en tanto, es una propuesta muy interesante que sale de los planteos lineales de las posiciones anteriores. Mientras que la deontología dependía y se fundaba de reglas externas al sujeto que deben ser obedecidas casi en forma de dogma, y del consecuencialismo que se funda en los resultados de la acción, la ética de la virtud depende exclusivamente del sujeto y de las motivaciones que su accionar tiene. En este planteo aparece la noción de virtud como la tendencia de una persona para actuar en consonancia con la excelencia. Dentro de la Masonería, la virtud es un concepto fundamental, entendido como una energía moral por la cual el hombre adopta la practica habitual del bien, y resume en si el ideal masónico.
La ética de la virtud es rastreable hasta Platón, y luego explayada por otros ilustres como Aristóteles, estoicos como Marco Aurelio y Séneca, y Santo Tomás de Aquino.
Con la virtud como base, la ética de la virtud considera cada acción en particular, haciendo que el agente reflexione acerca de su carácter y le haga concluir si su acción se conrresponde con lo que haría alguien virtuoso, es decir, alguien que basa su actividad en la práctica recurrente del bien, lo que al final lo convierte en una persona sabia al basar su actitud en la experiencia ganada en el tiempo. Así, esta propuesta ética se fundamenta en la libertad del agente actuante, el reconocimiento de su naturaleza racional y su capacidad de elección de la forma de actuar en consonancia con el bien retomando la sabiduría que puede desarrollar a través de la racionalización de su experiencia en el tiempo.
Para demarcar el rol de la virtud como central en la ética, el filosofo griego Epicteto sentenció:
“Una ciudad no está adornada por cosas externas, sino por la virtud de aquellos que habitan en ella.”
De la misma forma, toda sociedad y todo grupo humano reflejan la virtud que encarnan y practican sus miembros.
— Respetable Logia Libertad Creadora N° 57